Escritores del Conurbano
Del barrio a la Plaza, el largo camino de los últimos 15 años

Un clima raro envolvía esa tarde, se percibía que no sería una jornada como las demás y la historia así lo demandaba. Salí de casa con la pilcha de fútbol y ganas de despejar la mente con la pelota (Eso todavía no lo habían prohíbo ni sitiado). En los noticieros no hablaban de otra cosa, la crisis era cada día más grande, los argentinos salían a gritar basta. Años de vaciamiento, de malas gestiones, de políticas nefastas para el país culminaban en un pozo sin fondo.
En casa la cosa venía de mal en peor, el laburo no abundaba y no recuerdo imagen peor de esos días que verlo a mi viejo sentado en una silla, quemándose la cabeza sin la posibilidad de encontrar trabajo. Las caminatas de mi vieja de un club de trueque a otro, en fin una época de mierda. Me es imposible no relacionar ese 20 de diciembre del 2001 con esas imágenes y momentos. Una cosa lleva a la otra.
Cuando regrese a casa, el fulbito se había suspendido porque la calle no era segura, mi tía Nelly vino decidida a ir a la Plaza de Mayo. Mi viejo sin dudar le dijo: “Voy con vos por mi familia”, hacía pocos meses había llegado al mundo Fede, su primer nieto y el solo pensarlo era suficiente para ir a enfrentar la cruda realidad. No quiso que otro de nosotros, mis hermanos y yo, fuéramos para allá, él sabía que iba ser peligroso y así lo fue. Esquivo balas, gases y piedras. Se escondió donde pudo cuando la represión era mortal. Pero allí estaba fiel a su convicción: Luchar por el futuro de su familia. Ese trágico día 36 argentinos perdieron la vida porque salieron a buscar un futuro mejor. Suficiente motivo para conservar viva la memoria de cada uno de ellos.
Mientras tanto en la TV el “Súper ministro” daba un paso al costado, luego de haber apretado el cuello de todos, de haber robado el futuro de una generación e hipotecado el de otra. Era inminente la caída del nefasto De La Rua. El “Que se vayan todos” era un grito de guerra con puños y dientes apretados. Al ritmo de las caceloras las calles se convirtieron en campos de batalla y protesta. El estallido social se hizo eco a largo y ancho del país.
La realidad estaba clarísima, al menos en los barrios se podía ver. No hacía falta caminar mucho para saber que el de al lado ayer había cenado un mate cocido, que las escuelas eran comedores y no centros educativos, que los hospitales no tenían ni gasas y que el “Corralito” se llevó los ahorros de toda una vida. Demasiados motivos como para pensar algo diferente.
Se cumple 15 años de uno de los días más negros de la historia Argentina. A cada uno le toco vivir desde su lugar la represión y la peor cara de la pobreza, pero en un punto a todos nos atraviesa esta fecha en particular. En un mundo de amnesia permanente es el deber de todos no olvidar, porque sino sabes de donde venís, menos vas a saber hacia dónde vas. Ni olvido ni perdón.
Por Mauro Paré
Cuando regrese a casa, el fulbito se había suspendido porque la calle no era segura, mi tía Nelly vino decidida a ir a la Plaza de Mayo. Mi viejo sin dudar le dijo: “Voy con vos por mi familia”, hacía pocos meses había llegado al mundo Fede, su primer nieto y el solo pensarlo era suficiente para ir a enfrentar la cruda realidad. No quiso que otro de nosotros, mis hermanos y yo, fuéramos para allá, él sabía que iba ser peligroso y así lo fue. Esquivo balas, gases y piedras. Se escondió donde pudo cuando la represión era mortal. Pero allí estaba fiel a su convicción: Luchar por el futuro de su familia. Ese trágico día 36 argentinos perdieron la vida porque salieron a buscar un futuro mejor. Suficiente motivo para conservar viva la memoria de cada uno de ellos.
Mientras tanto en la TV el “Súper ministro” daba un paso al costado, luego de haber apretado el cuello de todos, de haber robado el futuro de una generación e hipotecado el de otra. Era inminente la caída del nefasto De La Rua. El “Que se vayan todos” era un grito de guerra con puños y dientes apretados. Al ritmo de las caceloras las calles se convirtieron en campos de batalla y protesta. El estallido social se hizo eco a largo y ancho del país.
La realidad estaba clarísima, al menos en los barrios se podía ver. No hacía falta caminar mucho para saber que el de al lado ayer había cenado un mate cocido, que las escuelas eran comedores y no centros educativos, que los hospitales no tenían ni gasas y que el “Corralito” se llevó los ahorros de toda una vida. Demasiados motivos como para pensar algo diferente.
Se cumple 15 años de uno de los días más negros de la historia Argentina. A cada uno le toco vivir desde su lugar la represión y la peor cara de la pobreza, pero en un punto a todos nos atraviesa esta fecha en particular. En un mundo de amnesia permanente es el deber de todos no olvidar, porque sino sabes de donde venís, menos vas a saber hacia dónde vas. Ni olvido ni perdón.
Por Mauro Paré