Eduardo Sacheri: "No tengo ni idea cuánto vendió mi último libro”
Eduardo Sacheri, El famoso escritor argentino, autor de La pregunta de sus ojos, se juntó con La Ciudad y habló de sus personajes, de lo que lo inspira, de la situación del fútbol en Argentina y de cómo fue criarse en Castelar
Escribe cuentos y novelas que el público argentino devora con facilidad, es profesor de historia en escuelas del conurbano y tiene una voz de locutor que puede ser escuchada cuando hace sus columnas literarias en el programa Perros de la calle, en la Metro. Eduardo Sacheri ha publicado seis libros de relatos, cuatro novelas de las cuales dos tuvieron su película —El secreto de sus ojos y Papeles en el viento— y un libro que recopila artículos que publicó en la revista El Gráfico. Sus primeros pasos fueron cuando dejaba sus cuentos en la recepción de la radio de Alejandro Apo y él los leía en su programa, con su gran voz de narrador, para todos sus oyentes que escuchaban con avidez las historias de Sacheri. Hoy es uno de los escritores que más vende en Argentina y sus libros se pueden ver en todas las grandes librerías del país. Pero antes de todo eso, Sacheri, fue un niño que jugaba a la pelota en su barrio, en Castelar.
-¿Cómo crees que influyó en tus historias haberte criado en Castelar?
–Este es mi mundo. Así como me costaría vivir en otro lado, me costaría escribir en otro lado. Me parece que el tipo de historias que se me ocurren son de personas comunes y corrientes como las que uno se cruza por cualquiera de estas calles.
-¿Es adrede esta forma de escribir que hace tan fácil identificarse con tus personajes o te sale así?
-Me sale porque en realidad yo escribo a partir de las preguntas que surgen en mi cabeza y las preguntas tienen que ver con mi propia vida. Yo invento una historia y hacerlo es un modo de responderme, yo estoy contestándome a mí. Si se da que al lector se le enganche con sus propias preguntas y sus propios pensamientos, mejor. Me encanta que suceda. Pero yo me puse a escribir porque necesitaba escribir, no por los lectores.
-¿Qué te inspira a la hora de escribir?
-El motor principal son esas preguntas y esa necesidad de entender la vida. La mía. Lo que pasa es que por una cuestión de pudor o de perfil bajo no se me da ponerme a hablar de mi vida. A lo mejor la inspiración es como la combinación entre mis preguntas y la imaginación.
-En tus cuentos como Esperándolo a Tito, vos narras lugares que se sienten conocidos. ¿Son lugares reales que recordás de tu infancia o son imaginarios?
-En general, son imaginarios. Pero rebotan en cualquier lugar de verdad. Uno cuando lee siempre sitúa, como estás leyendo y tenés que imaginarte un montón de cosas vas a lugares que sí conoces. Entonces a lo mejor en Esperándolo a Tito yo invento las canchas de un sindicato. Por acá o por Morón vas a tener al sindicato X que tiene un portón y al fondo de un camino de tierra está la cancha. Como jugué infinidad de veces en lugares así puedo recrearlo fácilmente y se lo dejo cerca al lector para que se lo lleve al potrero que sí conoce.
-¿Cómo es tu rutina a la hora de escribir?
-Trato de escribir todos los días si puedo. A veces te sentás y no sale nada. A veces lo hago en bares, otras en mi casa. Lo único que necesito es que no esté la televisión con el volumen fuerte que me impide laburar. Lo que sí es importante es la continuidad. Tratar de hacerlo todos los días. Si pasan muchos días en que no escribo es como que la historia se me aleja. Siento que se va y me cuesta volver a acercarla.
-Con respecto al proceso de escritura, ¿es a partir de una escena o ya tenés pensados el principio, el nudo y el desenlace?
-Por mi manera de trabajar hasta que yo no tengo medianamente claro en una novela, por ejemplo, de dónde salgo, qué elementos principales van a suceder y dónde voy a terminar no me pongo a escribir. Sin embargo, puede ser que yo no escriba necesariamente el capítulo uno, después el dos y el tres. Pero sí tengo que tener una noción de qué pasó o qué va a pasar para ponerme a escribir. Necesito esa base. Esas líneas generales que tensen las cosas.
-¿Te pasó alguna vez de tener el famoso bloqueo de escritor?
-Me pasa al principio de una nueva novela bastante. En general la última etapa de escribir una novela es muy fecunda. Después terminaste, corregís, publicás. Esa historia se aleja de vos. Y hasta que otra historia toma cuerpo, los personajes se te acercan y los vas conociendo, pasa un tiempo largo. Es como una especie de bloqueo. Son meses y meses de nada. Fracaso. Por eso es importante que escribas porque necesites escribir. Independientemente de si gustará el libro. A veces te presionan tus fracasos pero también te pueden presionar tus éxitos. No tengo ni idea cuánto vendió mi último libro. Y no pienso averiguar cuánto vendió. Porque si no voy a condicionar cómo voy a escribir el que sigue. Si no se vende, no se vende. Y si no se vende ningún libro, agarramos más horas de clase y listo.
-Has dicho que te resulta terapéutico el escribir. ¿Lo hacés a conciencia, te ponés a escribir para tratar de superar conflictos o recién cuando releés tus historias te das cuenta?
–Yo me doy cuenta después. En el momento, y así me puse a escribir, hay como una necesidad de contar una historia inventada. Aunque oscuramente yo pueda intuir cosas mías que van ahí no deja de ser una intuición. En general cuando pasa el tiempo, y miro libros que escribí sí puedo identificar mejor qué cuestión puntual, qué situación difícil estaba atravesando o estaba respondiendo.
-Seguís siendo profesor de historia, ¿es por una vocación de docencia?
-Siempre fue una vocación.
-¿Qué te produce ser profesor?
-Para mí saber historia siempre fue muy importante. Las personas tienen que saber en qué sociedad viven, cómo llegaron hasta acá. Así como creo que es importante que uno sea capaz de reflexionar sobre su propia vida, también lo es que uno lo haga a nivel social. Y si yo he estudiado eso me parece importante compartirlo con los chicos. Es una de mis vocaciones. Contar historias es otra. ¿Por qué una debería reemplazar a la otra? A veces, los seres humanos tendemos a especializarnos demasiado. Se supone que ser escritor es más algo, que haría que uno si pasa a ser un escritor conocido debería dejar de ser docente. ¿Por qué?
-Tal vez porque se ve más difícil ser escritor que ser profesor, que cuesta llegar más.
–Puede ser que sea más difícil y más excepcional. Indudablemente, hay menos escritores que profesores de historia. Pero si a vos te gusta ser profesor de historia, y es parte de tu vida, no creo que esté bien que renuncies a partes de tu vida por otras. Sí se te va a complicar porque le vas a dedicar un tiempo a cada cosa. A mí me gusta mucho pasar tiempo con mi familia y este laburo de escritor podría llevarme mucho más tiempo y andar viajando por el mundo pero a mí no me interesa dejar de ser parte de mi familia. Entonces haré de escritor el tiempo que pueda, pero para mí lo fundamental es ser papá de mis hijos. Así como no quiero descartar ser padre, no quiero descartar ser profesor de historia.
-En una entrevista, dijiste que antes de ser escritor te dedicabas a mirar ¿te referías a ser un espectador en la vida?
-Creo que para ser escritor una condición es que te guste mirar. A mí me interesa la vida de los demás y eso es que te guste mirar. Pero no con una curiosidad morbosa sino con una empática. Que veas en el otro un semejante y puedas plantarte en su vida o en la de tus personajes, porque en realidad laburas con tus personajes, no con la vida de otro. Mirar desde la compasión, no de tener lástima, sino de decir mira qué buena persona que vive, sufre y le pasan un montón de cosas.
-¿Te gusta que te reconozcan en la calle?
-A veces me gusta y otras me pone incómodo. Es un equilibrio complicado porque a nosotros nos gusta ser visibles pero sobre todo nos interesa ser visibles con algunas personas con las que uno necesita serlo. Por otro lado, está bueno el anonimato. La invisibilidad tiene su lado lindo también. En un café, en la calle, en la cancha. Ahora si yo estoy en el tren no sé si tengo ganas de que alguien me reconozca y se me quede mirando. Sería una visibilidad involuntaria. Te puede poner incómodo. Pero al mismo tiempo uno tiene que pensar, si pasa es porque mis libros se venden y porque me va bien. Entonces si te gusta el durazno báncate la pelusa.
-¿No hace más difícil el trabajo ese de observar cuando uno ya es observado?
-A lo mejor. Lo que pasa es que vos observás, si tenés ganas, en todo momento. A lo mejor yo miro una película, escucho la radio, observo a alguno que está hablando en un café y estoy prestando atención. Después todo se va mezclando. Nunca me pasa de decir “acá está la historia”. La historia está adentro tuyo. Hay algo que vos necesitás decir y para sacarlo lo tenés que juntar con cosas que vienen de afuera.
-Muchos de tus cuentos son de fútbol, ¿conocés la reacción que producen o cémo lo toman los lectores de otros países?
-Mis historias nacen de acá, entonces a lo mejor un prejuicio que yo tenía era que fuera de acá no me iban a entender. No se lo iban a apropiar. Cuando mis libros empezaron a viajar mi duda era esa. Sin embargo me encuentro con lectores latinoamericanos y europeos que se apropian de esas historias. Evidentemente, hay algo de humanidad por debajo de lo local que conecta con lo local del otro. Tal vez cuando uno cuenta su mundito y no pretende más que contar el mundito que conoce, Castelar, Ituzaingó, sus horizontes; capaz que por algún lado se termina pareciendo mucho más de lo que uno supondría a un pedacito de Bogotá o a un suburbio de Frankfurt.
-¿Qué opinás al respecto de todo lo último que estuvo pasando en el fútbol?
-Vivimos en una sociedad intolerante, violenta, denigrante para los que piensan distinto. ¿Por qué el futbol debería ser distinto? Es un escenario de exhibición de cosas profundas. No coincido con esa buena prensa que a veces tiene el fútbol de la pasión, es más me molesta bastante una escena de El secreto de sus ojos cuando el personaje de Francella habla de eso. Ese tipo está diciendo que somos esclavos de nuestras pasiones, por eso vamos a buscarlo a la cancha a ese fulano. Pero antes viene hablando de su pasión por el alcohol, de la del otro por una mujer que no le da bolilla. No está diciendo “vivan las pasiones”, sino “mirá lo que son las pasiones”. A veces tenemos demasiado fácil festejarlas. Se supone que como seres humanos deberíamos ser capaces de mantenerlas a raya, de domesticarlas de alguna manera.
-Esto de llevar las pasiones al extremo, ¿crées que es un problema del ser humano en general o que acá en Argentina hay un caldo para que se dé?
-Creo que es algo general pero nosotros tenemos una cosa muy individualista, muy auto exculpatoria. Siempre tenemos una excusa para no cumplir la ley. Siempre encontramos una justificación. “Sí, yo sé que esto es así pero yo no lo hago por X motivo”. Nos cuesta mucho aceptar la frustración de yo quería hacer esto pero no se puede. Yo quiero ganar siempre. Todos queremos ganar siempre, pero no se puede. Entonces ¿qué hago cuando no se puede? Me la banco y pierdo, no me la banco y los mato, o impido que se juegue el partido. Deberíamos bancarnos y perder pero no entra en la cabeza que puedas perder.
-¿Nunca pensaste escribir haciendo crítica a la sociedad?
-Creo que no está bueno pretender hacer pedagogía con lo que uno escribe. Si lo que yo escribo te rebota por x motivo en tu vida, te permite mirar de otra manera alguna situación y te sirve, buenísimo. Pero yo no tengo ni idea ni de tu vida, ni de lo que necesitás, ni de que lo deseás, ni de lo que temés. Me parece muy autoritario lo contrario. Lo cual no significará que si un lector viene y me dice “Mira tal libro tuyo me generó esto y me sirvió para esto” no me alegre. Pero me alegra precisamente por lo involuntario, por lo impensado, por lo accidental, por lo azaroso.
-Con respecto a las tapas de tus libros, ¿tenés un decir en cómo van a ser?
-Como una opinión más. Me preguntan cómo me imagino la tapa. Pero soy muy inseguro y temo la condensación. Un escritor no necesita condensar, alguien que labura con una imagen sí. Esa imagen debe tener un sistema muy consistente y condensado y yo no soy capaz de eso. Como mucho tiro una idea. En esas tentativas iníciales a veces me ofrecen caminos que no me gustan y yo digo por acá no vayamos. No van por ahí, me lo respetan. Después el trabajo fino lo hace la gente de la editorial. Me parece importante no ser caprichoso con eso. Si yo sé de eso y vos sabes de aquello, eso hacelo vos y voy a confiar. Si yo pretendo saber de todo, ¿quién soy?
-¿Te cuesta elegir los títulos de tus libros?
-Sí. Porque es otra condensación muy jodida. Me cuesta mucho. No me satisfacen. Lo que estoy haciendo estos últimos años es tomar alguna frase de la novela. Lo he hecho en Papeles en el viento, Ser feliz era esto, La pregunta de sus ojos. Son todas frases vinculadas, alguien dice o piensa eso en algún lugar de la novela. Lo resuelvo de esa manera y me resulta menos frustrante. Porque en general me frustra mucho. Tengo que meter 300 páginas en cinco palabras. A parte me gusta esto de sembrar el título y que en algún momento de la historia el lector se vaya a encontrar con esas palabras. Y que haga el click el lector.
-¿Tenés metas con respecto a tu carrera como escritor?
-Mi meta es seguir escribiendo. Me encantaría que se sigan publicando mis libros y que haya gente a la que le guste leerlos. Si nunca más se hace una película con un libro mío será que ningún director se volvió a copar con mis libros. Si mis libros no se venden en el futuro tan bien como se venden ahora, mis preguntas dejaron de sintonizar con lo que la gente necesitaba leer. No me va a gustar que pase. No me da lo mismo. Pero espero seguir escribiendo porque me seguirá permitiendo canalizar esto que necesito sacar de mí mientras esté vivo.
Por Eliana Giménez