De Castelar para el mundo: El arte viajero de Kika

De Castelar para el mundo: El arte viajero de Kika
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“Yo creo en el arte como una expresión del ser, así como también creo en la educación como una herramienta de transformación social. Lo que más deseo es poder educar desde el arte”, enuncia Kika, (nombre artístico de Micaela Salvarrey) una artista multifacética de 28 años, oriunda de Castelar.

A los 25, Kika emprendió el viaje de su vida. Terminó de estudiar en Argentina, con sus idas y vueltas y, título en mano, comenzó a viajar por Europa para cumplir su sueño: Ser artista en su país.

La Ciudad conversó con Kika acerca del viaje de dos años y medio que la cambió por completo, sus inicios en el arte y los descubrimientos de la vida cuando se la vive viajando.

¿Cómo empezó tu relación con lo artístico? ¿Qué es lo primero que recordás de vos haciendo arte?

Cuando entré al jardín, a mi mamá le dijeron que me manden a dibujo porque hacía cosas muy buenas. Entonces, desde los tres años empecé a ir con una profe de barrio, Valeria, a la que seguí yendo hasta mis 15.

En ese momento de mi adolescencia, en el secundario, yo tenía que elegir qué modalidad seguir. Y el colegio tenía solamente Arte o Economía. Adiviná cuál elegí yo…

¡Me imagino que arte!

No, Economía.

¿Qué? ¿Cómo?

Elegí Economía, y de esto yo no me acordaba, me lo contaron mis amigas hace poco, porque yo decía: “¿Para qué voy a ir a Arte, si ya sé arte porque lo hice toda mi vida? Quiero probar algo nuevo.”

¡Qué mentalidad! Mirá vos…

La piba, siempre queriendo algo nuevo, ¿viste? Soy muy estudiosa, bastante nerd. Me gusta el conocimiento y siempre estoy haciendo algo.

Igualmente, desde chica, siempre estuviste en contacto con esa “Kika artística”…

Siempre. Además, sé que en mi familia hay historia de pintores, por parte de mi viejo, de mi abuela. Como que hay cierta inclinación.

Igualmente, yo no creo en el talento innato. Al contrario, yo soy partidaria de que todo se puede aprender en la vida. De hecho, si yo no hubiese empezado a ir a lo de Valeria desde chiquita, quizás no estaría donde estoy hoy.

Ella fue la que me preparó, de más grande, para presentar mi material a distintas entidades. Y así, por ejemplo, a los quince me gradué de técnica en dibujo, gracias a su enseñanza.

Luego de eso, en plena rebeldía de la adolescencia, dejé la pintura, y me quise dedicar a otra cosa.

¿Sentías que la habías abandonado para siempre, a la cuestión artística?

En cierta forma, sí. Yo dejé todo. Pintaba, sí, de vez en cuando, pero porque fue algo que siempre hice para mí. Pero, en cuanto a lo más “profesional”, sí, me quería meter en algo distinto. Así que, cuando terminé el colegio, empecé a estudiar, primero, Trabajo Social y, después, Odontología. Claramente, por una especie de presión social, ¿no? Porque casi inmediatamente después de haber empezado a estudiar eso, me di cuenta de que no era lo mío. Y terminé dejando la carrera, y volviendo al arte.

Volviendo “a las raíces” un poco, ¿no?

Totalmente. Y empecé un Taller de Arte con Gabriel López Demarco, un artista con todas las letras. De hecho, fue él quien descubrió que el Arte tenía que ser mi carrera. Él me incentivó a anotarme en la UNA. Entonces, arranqué el profesorado en 2015, lo terminé en el 2018, y ahora, luego de volver de mi viaje, estoy estudiando en la misma universidad para convertirme en Licenciada en Artes Visuales.

Siempre estudiando, siempre haciendo arte, ¡y siempre viajando!

Sí, sí, estuve viajando de acá para allá dos años y cinco meses. Muy loco.

¿Cómo fue eso del viaje? ¿Cómo nació todo?

En realidad, fue una locura. Cando empecé a viajar, no sabía que iba a ser un viaje tan largo. De lo único que tenía certeza era de que me quería ir. Yo quería viajar, irme. Y descubrí que amo viajar, y eso es algo que se lo debo a mis viejos. Desde que yo era muy chica, con mi familia, siempre hemos sido muy privilegiados por poder irnos de vacaciones. Y, cuando lo hacíamos, lo hacíamos en “modo carpa”.

Creo que de ahí nació también mi amor a la naturaleza. Amo la montaña, el verde, el estar descalza, el agua fluyendo…

Así que, esas ganas de viajar, conocer, y estar presente en la naturaleza siempre estuvieron. Yo decía “Cuando termine mi carrera, yo me voy. Dejo todo, y me voy”. Y así fue.

En el 2019, con mi hermana decidimos irnos juntas a trabajar a Francia, con una visa de convenio entre países que duraba supuestamente un año. Durante ese tiempo, estuvimos con mi hermana, hasta que ella se tuvo que volver a Argentina, y yo decidí seguir sola.

Kika junto a la caravana que fue uno de sus tantos hogares en su estadía en Europa.

Y, en el medio, la pandemia…

En el medio, el Covid, ¡claro! Se me terminó la visa con Francia, pero podía volver a aplicar para una segunda visa, esta vez, para trabajar en Suecia. Y me la aceptaron, y me pude quedar en la Laponia Sueca, bien al frío, pleno invierno sueco total. Y ese sí fue un verdadero viaje de introspección, de sanación…De todo.

¿No tenías miedo? Viste que está esa creencia de que las mujeres viajando solas, entre amigas, es una cosa. Pero viajar sola, de mochilera, patriarcado…

¿Sabes que no? No tenía miedo por ser mujer. Porque, aunque nos pese, allá es otra cosa, otro trato. Por eso, cuando volví, intenté trasladar un poco esa libertad para acá, pero con los cuidados pertinentes, claro, sabiendo que no es lo mismo.

Pero allá, en Suecia, mis miedos eran otros. Yo pensaba qué iba a hacer, a dónde iba a ir a parar. Un poco porque siempre tuve esto de “mandarme” en la vida. De hecho, si hubiese tenido miedo, nunca hubiese emprendido este viaje siquiera.

Por ejemplo, en el interín hasta que me aceptan unos trámites para poder viajar a Suecia, me quedé hospedada en la casa de un chico en Estocolmo. Patrick, mi gran salvador, un genio. Él había vivido seis años en Brasil y me aceptó en su casa por un par de días, que resultaron ser como diez. A los dos nos venía bárbaro: Él quería practicar el español conmigo, yo necesitaba un lugar donde quedarme en el mientras tanto… ¡Cerraba todo!

Así que me quedé con él hasta que se resolvió mi trámite y arranqué para Suecia.

¿Y allá cómo fue todo? ¿Qué hiciste en Suecia?

En Suecia, me quedé a trabajar en un centro de esquí. Me movía en Europa como temporera, ¿viste? Tenía trabajos que duraban un ratito, durante una temporada de invierno o verano. Y, en Suecia, estaba acercándose el invierno, entonces llegué a este centro de esquí porque, a través de un grupo de viajerxs en Facebook, vi que una pareja de chilenxs tenían una casita por los alrededores. Les escribí y me quedé un tiempo en su casa. Fueron ellxs quienes me pusieron en contacto con el que sería mi jefe en ese centro de esquí, también de Chile.

Y, luego, me fui a vivir sola. Kika en “tierras vikingas”.

¿Cómo es eso?

Una familia de vikingos, allá en Gotland, una isla de Suecia, medio que “me adoptó”. Me invitaron un día a formar parte de su familia, a comer con ellos en el patio de su casa, que es en realidad ¡la montaña! Ellos viven así, son posta bien vikingos, más bien, neo vikingos. Pero se hacen sus propias casas, viven así bien rústico en ese sentido.

Fue en esa montaña precisamente, y con ellos, que yo me animé a seguir practicando snowboard, que había empezado a aprender cuando estuve en Francia. En Argentina nunca tuve la posibilidad porque es carísimo. Pero ellos, los neo vikingos, me entrenaron súper bien.

Y ahí te mandaste a enseñar a full en el centro de esquí, con todo el aprendizaje fresquito.

¡Sí, totalmente! Suecia me voló la cabeza. Porque, lo más interesante, lindo, y lo más loco de todo, es que, cuando viajás, la vida te sorprende todo el tiempo. Porque sí, yo había emprendido mi viaje para trabajar, pero me volví con un montón de otras cosas. Mi idea siempre fue ir a hacer plata, para poder volver a mi casa y estar tranquila, con tiempo de sobra para crear mis obras.

Porque, la realidad, es que ser artista en Argentina es complicadísimo, porque hay que laburar, generalmente en algo que no tiene nada que ver con tu “yo artístico”, y eso te quita tiempo. Y es sumamente entendible, ¡porque uno tiene que comer!

Entonces, medio que “mi propósito” era ese, ¿viste? Juntar plata trabajando a full allá, y volverme para poder trabajar en mi arte.

Y terminaste en Suecia, ¡con una familia vikinga viviendo en una isla!

Sí, terminé en Gotland, viviendo en una granja, en una caravana del 60, modo vida hippie, comiendo lo que se cosechaba, bien en las afueras de la ciudad, porque estaba bien en el medio del campo. Y me iba al trabajo, en la ciudad, en bicicleta, saludando a las mariposas, vacas, caballos… Esa fue mi vida durante tres meses: Saludar animales, porque no te cruzabas ni con una persona en todo el trayecto.

Estabas, como quien dice, “en tu salsa”.

Olvidate, yo estaba bien en la mía. Hasta que llegué acá. Detesto el ruido de la ciudad, detesto que las cosas funcionen mal, que la guita no le alcance a la gente. Ya no se puede vivir así. Y, obviamente, me indigno y lo noto más porque yo vengo del polo totalmente opuesto. Pensá que la pandemia yo la pasé allá, y prácticamente no me enteré de nada, porque estaba en un lugar súper aislado, donde el barbijo nunca fue obligatorio.

Estabas como en otro mundo…

Totalmente, en otro plano. ¡Y preparándome para estallar en arte! Porque, cuando llegué acá, más allá de indignarme por cómo son las cosas, sentí que, efectivamente, nació “Kika”, tanto como humana como proyecto artístico.

¿Por qué “Kika”?

Es muy loco. La realidad es que, tres personas en mi vida me llamaron así. Sin conocerse, sin contextos, nada. La primera persona que me llamó así fue Santiago, el hijo de mi profesora de arte y dibujo a la que yo iba de chica en mi barrio. A él no le salía decirme “Mica”, entonces decía “Kika”.

Más tarde, de grande, mi primera con-cuñada me empezó a decir así también. Yo le decía “Pero, me llamo Micaela”. Y ella me contestaba “Bueno, pero sos Kika para mí”.

¿Y la tercera persona?

La tercera, parece una locura, pero fue aquella “mamá vikinga” que me adoptó en Suecia, ¡que se llamaba Kickan! Y ahí yo sentí que estaba viendo a mi “yo” del futuro, ¿no? Viviendo en el medio de la naturaleza, en otra vida.

La historia continúa y, el viaje de Kika, sigue…

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