La hazañas de Jorge Molina Salas, el reconocido raidista de Ituzaingó
Santiago Menu

Hace más de ocho décadas, en 1944, un jinete de Ituzaingó se animó a concretar una hazaña que pocos podrían siquiera imaginar: recorrer 3000 kilómetros a caballo, desde Buenos Aires hasta Santiago de Chile y volver, siguiendo la histórica Ruta Sanmartiniana. Su nombre es Jorge Molina Salas, y su historia es sinónimo de coraje, tradición y amor por el caballo argentino.
Todo comenzó cuando Molina Salas montó a “Cometa”, su fino caballo trotón, y emprendió el desafío de cruzar la cordillera. Antes de partir, revolcó su poncho gaucho, como lo dictan las costumbres más arraigadas del hombre de campo. Así dio inicio a un raid que lo llevaría hasta la capital chilena, y que lo vería regresar tras 60 jornadas intensas de viaje a caballo.
La hazaña generó en su momento una oleada de admiración y respeto. No solo por la proeza física, sino también por el simbolismo de unir a caballo dos países hermanos, recorriendo los caminos del General San Martín. Durante años, la aventura de Molina Salas fue contada con orgullo en las peñas, los clubes hípicos y entre l@s vecin@s de Ituzaingó.

Sin embargo lejos de conformarse con aquella epopeya, en 1967, ya con más experiencia y también más años encima, Molina Salas decidió repetir la travesía. Esta vez eligió a “Sureño”, un alazán de cuatro años especialmente entrenado para la exigente ruta. Su objetivo: superar su propia marca, bajando el tiempo de 60 a 59 días. Y lo logró.
El raid comenzó el 30 de diciembre, cuando Molina Salas partió desde el kilómetro cero de Plaza Congreso, en Buenos Aires. Vestido con bombachas corraleras, camisa colorida, chambergo con barbijo, tirador de cuero y alpargatas, se despidió con una sonrisa amplia y el corazón lleno de expectativa. A los 27 días ya estaba en Santiago, y luego comenzó el regreso, enfrentando temperaturas extremas, problemas de salud y la más difícil de las compañeras: la soledad.
Durante el trayecto sufrió un desmayo por el calor en San Luis, y fue su caballo, “Sureño”, quien lo salvó al llevarlo instintivamente a la sombra de un ombú. El animal, fiel compañero, también padeció: se lastimó en los remos al saltar una alambrada y tuvo cólicos, pero nunca se detuvo.
El 27 de febrero, Molina Salas volvió a ingresar triunfante a Buenos Aires, escoltado por veinte hombres del Escuadrón Azul de la Policía Federal, entre vítores y aplausos. Fue recibido con música popular, zambas y milongas, y rindió homenaje al Libertador San Martín en la plaza que lleva su nombre.
Al ser entrevistado, resumió el sentido profundo de su travesía: “Quise hacer este raid para demostrar las condiciones excepcionales del caballo argentino, para conocer la patria y pueblos hermanos, y para decirle a la juventud que uno debe valerse por sí mismo, abandonando comodidades y librándose a sus propios recursos naturales”. Hoy, la historia de Jorge Molina Salas no solo es parte del anecdotario local, sino un verdadero ejemplo de esfuerzo, identidad y pasión por nuestras raíces.

