Pensar la política en tiempos de resignación: Una charla con Lucas Rubinich

Pensar la política en tiempos de resignación: Una charla con Lucas Rubinich
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“En este contexto en el que el mundo en el que vivimos es así, natural e irremediable, los partidos políticos ya no existen, han sido destruidos. Porque no están consolidados como tales, en un sentido fuerte. Entonces, lo que quedan son los residuos, los fragmentos de los grandes partidos, que se reacomodan como pueden”, sostiene Lucas Rubinich, sociólogo e investigador en el Instituto de Investigaciones Gino Germani.

En una charla con Carlos Romero en el programa Socios a la fuerza que se emite todos los lunes de 19 a 21 por Radio Kamikaze, el profesor universitario en aulas nacionales e internacionales, y además director de diversas revistas que entrecruzan a la sociología, la política y la cultura, conversó acerca de su nuevo libro “Contra el Homo Resignatus: Siete ensayos para reinventar la rebeldía política en un mundo invadido por el desencanto”, el contexto político argentino y los desafíos de deliberar para transformar en un mundo sumido en la resignación.

¿Qué es el homo resignatus, para quienes aún no leyeron tu nuevo libro? ¿Qué es lo que lo caracteriza a este sujeto?

La cuestión del homo resignatus tiene que ver con un proceso de apaciguamiento de las miradas que tenían la idea de conformar sociedades inclusivas, desde distintas identidades políticas, ya sea desde el republicanismo liberal, inclusivo, de tradición keynesiana, hasta la perspectiva del mundo socialista y de partidos tradicionales con espíritu de nacionalismo un poco revolucionario.

Todas estas eran miradas que trataban de pensar a la propia sociedad como una sociedad relativamente integrada, con igualdad, en mayor o menor medida. Lo que siempre estaba muy presente, en todas estas perspectivas, era la idea de la integración.

Por ejemplo, en Argentina, después de la segunda posguerra, claramente hay procesos de sociedad integrada, sobre todo en los partidos tradicionales, que tienen en su mito fundacional esta cuestión de la integración, y esto puede verse en el radicalismo y en el peronismo.

Sin embargo, lo que ocurrió tras el paso de los años, es que se instaló una especie de clima predominante, que puede resumirse en una frase de Margaret Thatcher, que dice: “No hay alternativa”, ¿no? Esto de que el mundo que llegó es el mundo del capital financiero, ese mundo de extrema desigualdad y abandono de grupos considerados no productivos, un mundo basado no en la producción sino en la especulación.

En ese contexto, hay una idea de apaciguamiento, un “y bueno, no se puede hacer nada”, que se hace presente sobre todo en el mundo intelectual y en los grandes partidos políticos.

Eso es lo que está ocurriendo, en el presente, en el aquí y ahora. Efectivamente, todo el mundo cree, en el mundo de la política, que no hay alternativa, que no dan las relaciones de fuerza y que no se puede hacer nada. Y todo eso puede evidenciarse en un país como Argentina que, habiendo tenido un proceso de integración extraordinario, complejo pero extraordinario, hoy tiene casi un 50% de pobreza y los sectores más progresistas del mundo político de la Argentina piensan que no hay alternativa. Claramente, nos hemos resignado.

¿Qué creés que fue lo que pasó para que lleguemos, hoy por hoy, a este estado de situación, de resignación? Porque, en algún momento, parecía que, con determinadas herramientas políticas y consensos, se podían conseguir muchísimas cosas. Pero, ¿qué ocurrió que se pasó de un estado de expectativa política a un estado de resignación política? ¿Qué derrotas hemos vivido para llegar a leer así el mundo?

Yo creo que la palabra que utilizaste, “derrota”, es fundamental en esta descripción. Porque, en el caso específico de América Latina, a la cuestión de la caída del muro y la transformación de la cultura a la cultura del capital financiero de forma predominante, se le sumó la experiencia de derrota de aquellas expectativas de cambio más radical que existieron en el continente en la década del 60. Y fueron derrotas trágicas, porque dejaron un miedo instalado, y con mucha razón. En el Cono Sur, en Guatemala, en El Salvador, en distintos países de Latinoamérica, la represión a los movimientos diversos que tuvieron expectativas de un cambio fuerte, fue una represión cruenta y agresiva que dejó extendido un terror de forma dramática.

Entonces, tras esa historia de derrota de la expectativa de cambio, más la situación de la caída del muro de Berlín, se reorganiza estructuralmente el mundo y la democracia se reinventa. Y es ante esta derrota internacional que los diagnósticos realistas empiezan a decir que, efectivamente, no hay alternativa. Ante esto, la política tiene que presentarse con una clara mirada de reinvención, porque si es una política exclusivamente defensiva, realmente es poco productiva, y corre el riesgo de dejar irremediablemente “en la lona” a sus representados.

“Es muy complicado porque es un hecho trágico que, sin lugar a dudas, podría haber sido mucho más trágico. Y este hecho trágico se mete en una cultura moralizadora en general. Porque, al perder identidad política, los partidos se banalizan.”

Lucas Rubinich acerca del intento de magnicidio a la vicepresidenta y sus repercusiones.

Una de las preguntas que atraviesa los ensayos que componen tu libro es acerca de qué posibilidades de convivencia hay entre una democracia inclusiva. Y me pareció muy importante esa adjetivación, ¿no? ¿Cómo ves vos esa tensión entre los dos polos, el de esta democracia inclusiva y la cultura del capital financiero, que beneficia cada vez más a las minorías?

Hubo cambios significativos, en términos de avance tecnológico, de deterioro extraordinario, producto precisamente de la mezcla de avances tecnológicos y de transformaciones políticas, que dejaron el mercado de trabajo en una situación bastante debilitada.

En el caso específico de Argentina, una institución tan fundamental como lo son los sindicatos, quedaron debilitados, aunque tienen todavía una presencia muy importante. Y la razón de este debilitamiento es que hay un conjunto de elementos que son los que producen esta situación de extremo deterioro y de extrema “orfandad”, por decirlo así.

En los ensayos, yo citaba a autores relevantes de la teoría social contemporánea, que tuvieron esa misma preocupación y que veían que, en este contexto en el que el mundo en el que vivimos es así, natural e irremediable, los partidos políticos ya no existen, han sido destruidos. Porque no están consolidados como tales, en un sentido fuerte. Entonces, lo que quedan son los residuos, los fragmentos de los grandes partidos, que se reacomodan como pueden.

Y es muy difícil afrontar esta situación sin experiencias que te posibiliten la construcción de una opinión colectiva basada en instituciones como un partido. Porque es precisamente esa institución la que te permite potencialmente construir algo que vos no tenés, que es el capital político. Y el voto no es el capital político. El capital político es la construcción de una idea colectivamente.

En ese sentido, si la política “es una herramienta para cambiar la realidad”, en este contexto deja un poco de tener sentido, porque la realidad pareciera que no puede ser cambiada porque “no hay otra opción”. La política deja de tener sentido en sí. Es como que empiezan a convivir dos ideas contradictorias acerca de la herramienta que es la política, ¿no?

Lo interesante de la política arrolladora de esta cultura contemporánea, es que tiene como eje la corporación multinacional. En el caso argentino, si uno se pregunta cuáles son las instituciones que tienen más capacidad de decisión sobre cuestiones que afectan al conjunto de los ciudadanos y de la sociedad en sí, ve en el presente la mezcla grotesca de la patria contratista con la cultura del capital financiero. Y, en ese contexto, se produce algo que tiene esa cultura, que es esta idea del “atrápalo todo”.

Acá la cuestión es la apuesta de esas miradas de la cultura predominante por no dejar ni un centímetro de posibilidad de reconstitución de tradiciones que tengan la mirada sobre la construcción de una sociedad inclusiva. Entonces, efectivamente, la política queda anulada y se presenta como una administración del orden o del status quo, con algunos mínimos grados de libertad.

Desde esta perspectiva que vos venís trabajando y que se cristaliza en este último libro, ¿cómo ves estos episodios de los últimos días respecto al intento de magnicidio contra la vicepresidenta y las formas en que eso fue tomado por aquellos sectores de la sociedad que, justamente, no estarían del lado de una democracia inclusiva?

Es muy complicado porque es un hecho trágico que, sin lugar a dudas, podría haber sido mucho más trágico. Y este hecho trágico se mete en una cultura moralizadora en general. Porque, al perder identidad política, los partidos se banalizan. Si uno ve los debates políticos previos, podés notar que son debates degradados al extremo, en los que la cuestión está centrada en la persona de uno, la persona del otro, en la descalificación personal. Y uno se pregunta, ¿hay alguien que tenga un papel relevante dentro de la política argentina? ¿Alguien está diciendo algo sobre la posibilidad de inclusión de una población que es un 30% que está prácticamente afuera del mapa? Y hablo de una posibilidad que no sea solamente “repartir mejores fideos”, sino una posibilidad de inclusión realmente. Nadie dice nada de eso.

Por supuesto que siempre rescatamos las excepciones. Pero, la mayoría, sí se detiene en discusiones que son absolutamente triviales, en relación a los problemas estructurales de la sociedad. Se banaliza todo, así como también se va a banalizar este hecho trágico. Porque la misma lógica lleva al descalificador y al descalificado a entrar en ese juego, en esa lógica perversa, en vez de hacer un análisis más complejo acerca de estas situaciones que generan singularidades como la que ocurrió el otro día.

Una de las cosas que también vi con recurrencia en tu libro era, por un lado, el tema de la tradición de aquella impronta igualitaria que tiene la Argentina en su pueblo y su historia. Y, por otra parte, la insistencia en la necesidad de espacios deliberativos. La realidad es que podría decirse que esos espacios, en sí, ya existen, pero vos te estás refiriendo a otra cuestión. ¿En qué estás pensando cuando te referís a esos “espacios deliberativos”?

Yo estoy pensando específicamente en algo que no es muy abstracto, porque tampoco quiero decir “deliberativo” en un sentido ideal. A lo que quiero referirme es que, cuando vos tenés un partido que debe construir fuerza política, éste pone a disposición de sus militantes algunos temas relevantes, que entiende que, en determinado momento, pueden llegar a ser significativos y que serán temáticas defendidas.

La posibilidad de construcción de fuerza política tiene que ver con eso que yo llamo deliberación, aunque sea mínima, acerca de una preocupación relevante. Y en un partido político que funcionara como debe funcionar, con un programa y espacios de deliberación, se podrían haber comenzado a discutir estas cosas relevantes en cada uno de sus locales. Se trata de discutir y charlar con las personas para formar un colchón de deliberación previa, de construcción de una sensibilidad.

Y esta construcción de una sensibilidad no se puede hacer solamente en términos mediáticos. Los partidos se acostumbraron a que todas las disputas políticas son disputas súper estructurales y mediáticas.

En las disputas mediáticas, a aquellos que quieren jugar el mismo juego mediático que los propietarios de los medios y de los cercanos a los medios, la verdad es que no les va a ir muy bien que digamos si no formaron previamente ese “colchón de deliberación previa”. Entonces, se trata de que, en cada pueblito de la República Argentina, exista previamente un representante en otro partido que haya estado hablando con los vecinos acerca de esa temática relevante. Así, cuando llega el momento en el que a alguien se le ocurre decir “Vamos a proponer una legislación interesante que va a resultar en este beneficio para el conjunto de la sociedad”, vos ya tenés ese colchón y ya no importa que el mundo mediático diga otra cosa.

En cambio, si vos no tenés ese colchón, que es resultado de esa mínima experiencia deliberativa, seguramente tu pelea superestructural va a ser una pelea que va a terminar en derrota.

Es importante que las personas estén sensibilizadas acerca de la temática que se debate, que sepan que eso que se está discutiendo es algo importante, más allá de lo que diga este medio o el otro. Así se genera una sensibilidad política. El desafío es pensar todo esto en un contexto en el que, como dijimos previamente, los partidos políticos se han deteriorado tanto al punto de, en esencia, “no existir”. Y eso es un problema en la construcción de capital político.

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