Los 150 años de Ituzaingó: la historia poco conocida del Barrio Ferroviario
Diario La Ciudad
El Barrio Ferroviario ubicado entre las calles Portugal, Martin Rodríguez, Caracas y Monroe, es uno de los primeros barrios afuera del casco céntrico de nuestra ciudad. Fue construido a principios de la década del 50 a instancias del Gremio Ferroviario. En sus orígenes los habitantes se reconocían como vecinos de San Antonio de Padua. Los 227 chalet de techo de teja fueron una isla en el medio del campo.
En 1952, en el marco del segundo plan quinquenal del gobierno peronista y, a través de la Fundación Eva Perón y el Ministerio de Obras Públicas, se comenzó a construir el “Barrio Ferroviario”. 227 Casas individuales de estilo californiano, clásicos de la colonización hispana, con techos de teja, paredes de ladrillos a la vista, porche al jardín, con living, cocina, baño y dos o tres habitaciones.
Parcelas separadas por cercos vivos para delimitar y no separar a los vecinos. Así se concibió por aquella época un barrio habitado por obreros del ferrocarril argentino.
Cuando Ituzaingó era aún un pequeño poblado de casas bajas, con mayoría de calles de tierra y cuyo centro comercial se formaba alrededor de la estación ferroviaria, los primeros adjudicatarios del barrio ferroviario fueron autorizados en mayo de 1958 a ocupar sus viviendas.
Poco tiempo antes, durante el primer y segundo gobierno peronista, habían surgido las casas pensadas para familias de bajos recursos. Los chalets habían sido vendidos en cuotas a 50 años de plazo y con montos menores a los de un alquiler. En ese contexto social, el barrio era una isla de nuevos y resplandecientes 227 chalets casi iguales, rodeados de un mar verde vegetal al que obligatoriamente había que cruzar a pie hasta la estación de San Antonio de Padua, para poder acceder a comercios, servicios, o el transporte público para viajar al centro.
“Aquí no había nada, al hacer la noche, en cada una de las viviendas asomaba la luz tenue de las lámparas a querosene, que suplía con desventaja la ausencia de luz eléctrica. Para cocinar, el carbón y la leña o los calentadores “Primus” o “Brametal” a mecha que eran insustituibles para las amas de casa de nuestro barrio” (fuente Cooperativa P.R.O.A.S.)
Alfredo García y Héctor Barth, vecinos fundadores del barrio, en al año 2015 le contaban a La Ciudad los origines del barrio:
-Don Alfredo, ¿qué recuerda de los orígenes del barrio ferroviario?
-En los orígenes de nuestro barrio estábamos en medio de la nada: Desde la esquina de Posta de Pardo y Portugal hasta la Estación de San Antonio de Padua nos separaban 1.100 metros que contábamos día a día y año tras año.
Los primeros propietarios afincados gozábamos de un sinnúmero de incomodidades, para muchos no previstas: No había luz ni gas, solo recibíamos los servicios de agua corriente. Tampoco había comercios cercanos. Ningún medio de transporte público llegaba hasta aquí. La salida obligada era hacia la Estación de Padua donde, en sus alrededores la cosa mejoraba, aunque el centro comercial era entonces muy precario, con negocios chicos donde podíamos conseguir un poco de todo lo más necesario.
-El barrio estaba conectado más a Padua que a Ituzaingó, ¿no?
-Padua contaba con un buen cine, el Sarmiento, hoy convertido en supermercado, una feria sobre la calle Sullivan y un buen Club Social y Deportivo, el Club Atlético San Antonio de Padua.
Sobre Rivadavia, en la Estación, había una parada de taxis “irregulares” con muy pocas unidades, carísimos y pretenciosos, que no te llevaban a cualquier destino y por supuesto, a nuestro barrio trataban de esquivarlo, ya que hasta llegar había grandes descampados. Los Remises no se conocían.
Con Ituzaingó, donde el centro Comercial era inferior al ya modesto de Padua, casi no había comunicación, sin vinculación con colectivos y a una distancia de 25 cuadras que debíamos hacer caminando, entre calles de tierra, desoladas, que en días de lluvia se convertían en verdaderos lodazales. El estar más alejados de Ituzaingó que de Padua producía verdaderas confusiones, a tal punto que las primeras escrituras nos situaron erróneamente en Padua, Partido de Merlo.
-¿Cómo era la vida es esos años?
Las noches eran negras “como boca de lobo”. Todo el alumbrado público que había era alguna bombita común, cada dos cuadras, colocada por los mismos frentistas. En los meses de otoño e invierno las oscuras calles quedaban desiertas desde temprano.
Otros servicios tardaron en llegar, como el Supergás, en mediados de los 60. El teléfono tardó 15 años en comenzar a instalarse.
Nos encontrábamos en una auténtica ciudad dormitorio, cuya población tenía dependencia laboral con el empleo público. A pesar de los sacrificios para volver a casa todos se encontraban orgullosos de las hermosas casas que habíamos conseguido y nos preocupábamos por mejorar aún más este hermoso barrio.”
Un recuerdo muy fuerte de los primeros años era la pizzería “del polaco evangelista” que estaba en la esquina de Zárate y 2° Rivadavia. Se trataba de una antigua y rústica construcción en ochava, sin ventanas, que solo contaba con una oxidada cortina metálica que rechinaba increíblemente cada vez que subía o bajaba. En su pasado remoto seguramente albergó una pulpería, porque hasta los años 60 sobrevivieron en su amplia vereda postes insertados como palenques.
Para comodidad de los clientes solo contaba con un viejo, destartalado y grasiento banco de madera para no más de cuatro personas sentadas. Solo servía pizza, la mejor, sabrosa, sana y súper liviana, todo artesanal, con tomate natural. Bebidas, solo gaseosas de la época. Bebidas Alcohólicas ni el cliente podía ingresarlas, por convicción religiosa del propietario.
Como único decorado una imagen de Cristo pegada a la pared recibía a los clientes, que venían por ferrocarril desde Once y estaciones intermedias convocados por la fama de estas pizzas y su particular estilo de servicio. Recordemos que era un viaje hacia la nada, porque fuera de la pizzería comenzaba el campo.
Un día, calculo que llegando a los años 70, el polaco evangelista bajó la cortina y nunca más la subió. ¡Chau a la pizza que para muchos era la más rica del mundo!
Héctor Barth, ex obrero ferroviario y vecino del barrio.
-Héctor, ¿cómo era el contexto social y político de la época en que se construyó el barrio ferroviario?
-El acceso a la primera vivienda de los trabajadores, en este caso obreros ferroviarios, que se convertían en propietarios, era por entonces una verdadera conquista. El acceso a la vivienda familiar significaba mucho más que el techo propio, ya que se propiciaba la unidad familiar y el acceso a la educación de los hijos. Eran los obreros industriales que llegaban de las provincias y que se asentaban definitivamente en el conurbano bonaerense, de este modo se integraban a la vida social, cultural y deportiva.
Inclusive la arquitectura de las casas estaba diseñada para promover el apego a la vida familiar dentro de la comunidad y el ascenso social. El cambio drástico que produjo el feroz asalto al estado en 1955 con la revolución libertadora y la consecuente pérdida de derechos gremiales dejo inconclusos muchos otros emprendimientos de barrios de trabajadores, llegándose al extremo tales como la readaptación del barrio Rivadavia, donde mesas, sillas, camas y muebles eran construida en hormigón porque los “anteriores planes de vivienda no eran adecuados para el nivel de sus ocupantes.
Otros barrios de distintos gremios que estaban en etapa de adjudicación en momentos del golpe fueron entregados como botín de guerra a miembros de las fuerzas armadas o de seguridad, nuestro barrio ferroviario pudo haber seguido ese camino, de no intervenir un dirigente gremial con buenas relaciones con los nuevos gobernantes. En 1958 con mucho atraso al fin se entregaron las viviendas.
El Barrio Ferroviario es sin duda uno de los más emblemáticos de nuestra ciudad, su historia de más de setenta años, lo marca como uno de los primeros barrios con identidad propia en Ituzaingó. Como tantos otros barrios sus vecinos están orgullosos de vivir allí, de ser parte de las nuevas generaciones que no se olvidan de los viejos fundadores como Don Alfredo García.
El Ferroviario es la fotografía de una Argentina que por aquellos años marco toda una época. Hoy algunos la reivindican, otros la condenan, pero más allá del debate histórico y político, lo cierto es que las 227 casas están ahí, firmes, como si fueran testigos presenciales de lo que verdaderamente pasó.
Renombrar las calles para recordar a los fundadores
Una de las propuestas que escuchamos de los vecinos es la de renombrar la nomenclatura de las calles, proponiendo que las mismas tengan el nombre de los primeros vecinos fundadores del barrio o la de los dirigentes ferroviarios que hicieron posible que el barrio pudiera construirse.