“El cannabis es vida”: La historia de Morón Se Planta
Melina Alderete
“Tenemos ese chip de que lo farmacológico es lo legal, lo que hace bien y no consideramos otras alternativas por fuera de ese ámbito”, reflexiona Gabriela, una de las referentas de Morón Se Planta, la organización moronense que nació hace dos años con el objetivo de reunir a familias cultivadoras de la zona.
Movilizades por sus historias personales y por la convicción de que los mitos “se derriban entre todes”, quienes integran Morón Se Planta luchan por la erradicación de prejuicios en torno al cannabis y las mejoras en el sistema de salud que, poco a poco, va incluyendo a la planta dentro de las alternativas medicinales.
La Ciudad conversó con Gabriela acerca de la organización, su historia personal de acercamiento al cannabis, las políticas públicas, la concepción de la sociedad y el trabajo que aún falta por hacer.
¿Cómo y cuándo empezó Morón Se Planta?
Morón Se Planta empezó hace dos años. Nos juntamos varias familias que veníamos cultivando en la zona para intercambiar esquejes, semillas, información. Hasta que se nos ocurrió formar una organización en Morón, ya que no había, para suplir esa necesidad de agruparnos y de interactuar también con otras organizaciones, otras personas, causas y saberes.
La organización fue mutando porque las necesidades también fueron haciéndolo. Al principio, solo nos enfocábamos en las familias que necesitaban cultivar. Después, cuando empezamos a adentrarnos en el movimiento cannábico, entendimos que no era solo eso, sino que, por ejemplo, había presos y presas por cultivar y que también había que abrazar esas causas.
¿Cuáles fueron los avances en estos dos años de trabajo de la organización?
En el medio, nos agarró la pandemia y tuvimos que reformular nuestras acciones. Nosotrxs teníamos intenciones de salir a las calles, hacernos más visibles. Y con la llegada de la pandemia, decidimos, a partir de la virtualidad, empezar a hacer cosas por las redes: talleres, charlas con otras organizaciones. En ese tiempo, también se conformó el Frente de Agrupaciones Cannábicas Bonaerenses, que nació en pandemia y por una necesidad de empezar a aunar criterios.
Nosotrxs, como organización, no solamente militamos por el autocultivo, sino también para erradicar un montón de cosas que se vienen dando dentro del propio movimiento cannábico, como, por ejemplo, el machismo que está presente.
En lo zonal, como organización logramos una ordenanza a nivel municipal para que en el Hospital de Morón haya una capacitación para médicos y médicas sobre el cannabis medicinal.
Esto se va a empezar a implementar ahora que se ha vuelto un poco más a la “normalidad”, y la idea es que se pueda recetar cannabis a quien lo necesite, con la información y el diagnóstico adecuado. También se está luchando para que exista un banco genético de cannabis, que sea de la agrupación, que trabaje en conjunto con el Municipio para que se pueda donar aceite, crema, lo que la gente necesite.
Enfocándonos un poco más en tu historia personal, ¿cómo llegaste vos al cannabis?
Llegué a él por mi hija que, hace cinco años, empezó a tomar aceite de cannabis a causa de su autismo y TGD (Trastorno Generalizado del Desarrollo)
Antes de eso, yo no sabía qué era el cannabis y cuando me lo recomendaron para mi hija me negué, pensando “¿cómo voy a drogar a mi propia hija?”, sin ser consciente de que los fármacos que ella estaba tomando eran también una droga que, encima, le impedían socializar y la ponían mucho más molesta.
Entonces, empecé a informarme a través de mucha bibliografía, documentales, y también por el contacto con otras familias que tenían hijos e hijas que tomaban aceite de cannabis y les habían dado buenos resultados.
¿Y cómo fue transitar ese camino, ese cambio de concepción? ¿Qué cambios obtuvieron?
Tenemos ese chip de que lo farmacológico es lo legal, lo que hace bien y no consideramos otras alternativas por fuera de ese ámbito. Los médicos y la obra social se resistieron mucho a que le diera aceite de cannabis a mi hija, hasta que empezaron a ver que no era un capricho mío, sino que las mejoras eran evidentes.
Cuando le empezamos a dar aceite a mi hija, ella empezó a ser otra persona. Ya el hecho de que levante la mirada, te vea, sonría, y comparta momentos con la familia sin que se moleste, son un montón de logros para quienes viven con niños o niñas con autismo o condiciones parecidas.
Hoy, mi hija está con un tratamiento de fármacos muy reducidos. Toma menos de la mitad de lo que tomaba hace unos años, y todo gracias a una planta, que le hizo no solo bien a ella, que ya no tiene sus crisis, sus convulsiones y demás, sino también a toda la familia. Mejoramos mucho todes gracias a la planta.
¿Cuáles son las barreras a sortear, en el entorno social, respecto del uso de cannabis medicinal?
Primero, hay que lidiar con el entorno familiar. Por ejemplo, en mi familia, cuando dije que le iba a dar cannabis a mi hija, mi abuela creyó que era una aberración. Te miran con mucha desconfianza.
Después, están las barreras sociales. En mi caso, yo trabajo en el Estado y, cuando tenía que pedir licencia para llevar a mi hija a un médico homeópata, quien era el único que le daba a mi hija el cannabis que ella necesitaba, en el trabajo me miraban como diciendo “No, la homeopatía no es medicina, y no te puedo dar el día porque no está reglamentado nada de eso”. Era una lucha en ese ámbito.
También está la pelea con las obras sociales que, hasta que no se aprueba el REPROCANN, la Ley de Cannabis y demás, se negaban a aceptar el autocultivo, por ejemplo. E incluso hoy, con todos estos logros conseguidos, hay mucho resentimiento en el sistema por esta cuestión.
Y luego está el tema del vecino y la vecina. Primero, te estás cuidando de lo que vas a plantar en tu patio, en tu terraza, intentando que no se vea, que no haya olor. Esos prejuicios también los tenés que ir derribando. Hoy por hoy, se siguen desmitificando creencias populares acerca de la planta. Nosotrxs como organización decimos que el cannabis es vida, es salud y que nos lleva a obtener la soberanía que necesitamos por nuestros cuerpos.
¿Cómo ves los avances en términos de políticas públicas en lo que respecta al uso de cannabis medicinal?
En términos de políticas públicas, los cambios son a cuentagotas. Si bien existe el REPROCANN, hay muchísimas trabas para llegar a él. Primero, por la cuestión del formulario, el hecho de tener que pedirle a un médico que te lo llene, etc. Por otro lado, también los médicos y médicas de la salud estatal, que la mayoría no están interiorizades en lo que es el cannabis. Entonces, es muy difícil que vos hoy vayas a un hospital público y te receten gotas de cannabis para un dolor. Es un trabajo de hormiga que se tiene que hacer de a poco.
Igualmente, fomentamos que la gente se inscriba al REPROCANN porque es un resguardo más que tenemos les cultivadores para no terminar presxs. Pero, en el Ministerio de Salud, a pesar de la existencia de este programa, no está la articulación con otros programas similares, como, por ejemplo, el programa para la cuestión del cáncer. Sabemos que el cannabis mejora las condiciones de ciertas enfermedades cancerígenas y no está la articulación entre el laburo con el cannabis y los tratamientos por cáncer. Son cosas que tendrían que suceder en nuestro sistema de Salud y no suceden.
Todavía falta mucho trabajo en lo estatal. Es un camino que recién empieza.
¿Qué consejo le darían desde Morón Se Planta a familias o personas que quieren comenzar a agruparse por el uso del cannabis medicinal?
Nunca estar solo. Empezar a nuclearnos fue lo que nos hizo bien a muchas familias que veníamos cultivando solas y que vimos en el intercambio, en el apoyo en unx otrx similar, una forma de transitar nuestras situaciones.
Mientras haya más espacios como Morón Se Planta, en los que la gente vea que lxs cultivadores no somos delincuentes ni drogadictos, sino familias comunes y corrientes que quieren hacer lo mejor para sus hijxs y que se mueven por la empatía, los mitos van a empezar a derribarse, y de forma colectiva.