La historia de las primeras panaderías de Ituzaingó
Santiago Menu

Los primeros habitantes de Ituzaingó se autoabastecían. Cada familia contaba con su propio horno y amasaba el pan que consumía a diario. Sin embargo, con el paso de los años, la comunidad comenzó a adoptar una nueva costumbre: comprar el pan elaborado en panaderías locales. Así nacieron los primeros comercios que, con esfuerzo y tradición, marcaron una huella en la vida cotidiana del pueblo.
Una de las pioneras fue la panadería de la familia Pastré, ubicada en el subsuelo del histórico almacén de ramos generales de Mariano Acosta, entre Rivadavia y 24 de Octubre. Allí se instaló un moderno horno donde se elaboraban las clásicas flautas de pan francés. El pan, de gran calidad, era repartido a domicilio por Eduardo Pastré, y su precio oscilaba entre 14 y 18 centavos el kilo, dependiendo del tipo de harina. Según recordaba Raúl Goyaud en El Ciudadano (1985), aquel pan era ampliamente elogiado por l@s vecin@s.
Otra referencia histórica fue “La Idea” de Manuel Terradas, en Olavarría 169, frente a las caballerizas. Terradas, un industrial muy respetado en el pueblo, inauguró un espacio donde, según reseñaba la prensa de la época, “esta casa no explota a sus obreros”. Antes de tener su local, Terradas tuvo un primer despacho en Las Heras y Mansilla. Con la ayuda de Juan Fábregas, especialista en hornos de pan, logró instalar su panadería, que se convirtió en punto de encuentro y referencia en la zona.

En paralelo, se sumaron otras casas de gran tradición. “La Antigua”, en Soler 772, que primero perteneció a Chao, luego a los hermanos Naredo Vallina y, hacia 1935, a Balbino Tarrazo. También “La Estrella”, en Mansilla y Las Heras, que pasó por varias manos: desde Terradas, José Crespo y Juan Alemano hasta Félix Urrutia y Lorenzo Porro. En esta última se destacó como repartidor Antonio Arce, recordado por los vecin@s por su trato cercano.
La memoria oral también aporta detalles. Hugo Bagnacedri contó que su abuelo instaló una panadería en la esquina de Las Heras y Mansilla, que luego fue de Mighetti, Crespo y finalmente Alemano. Clementina Bergesio de Nuín, por su parte, relató cómo esa misma panadería llegó a manos de la familia Urrutia y Garbarino, donde trabajaban incluso mujeres y jóvenes del hogar.
A medida que el pueblo crecía, se fueron sumando otros espacios vinculados a la panificación y la confitería. Entre ellos, la confitería “La Marquesina” de Juan Arrebillaga en Rivadavia, la Richmond de Narancio y Bonardi, que luego se llamó “Muito Bon”, y la panadería “La Beba”, primero de Julio Protto y luego de Rafael Prado. Este último, además de panadero, fue un poeta español radicado en la Argentina que aportó sensibilidad y cultura a la comunidad.
Estas primeras panaderías no solo proveyeron un alimento básico, sino que fueron parte fundamental de la vida social y cultural del pueblo. Sus hornos, historias y personajes reflejan cómo el crecimiento de Ituzaingó estuvo ligado también al aroma del pan recién hecho, símbolo de encuentro y tradición.

