Confitería La Terraza: el tinder de los abuelos de Ituzaingó
Sebastian Sanguinetti
Si cerrás los ojos y pensás en el Ituzaingó de 1950 o 1960, el aroma no es de hamburguesa ni de cerveza artesanal. El aroma es una mezcla inconfundible de café tostado, medialunas de manteca recién horneadas y perfume importado
Ubicada estratégicamente frente a la plaza, marcó el paso de la vida de pueblo a la ciudad moderna. Fue el lugar donde se cerraban negocios, nacían noviazgos y se tomaba el "té completo" con la elegancia de los años 50.
Si cerrás los ojos y pensás en el Ituzaingó de 1950 o 1960, el aroma no es de hamburguesa ni de cerveza artesanal. El aroma es una mezcla inconfundible de café tostado, medialunas de manteca recién horneadas y perfume importado. Ese aroma tenía una dirección postal exacta: Soler 140, entre Mansilla y Zufriategui, a mitad de cuadra. Allí, como un faro de la vida social del Lado Norte, reinaba la Confitería La Terraza.
Mientras que los viejos bares de despacho eran territorio exclusivo de hombres, naipes y humo, La Terraza llegó para inaugurar una nueva era: la del lugar familiar, la cita romántica y el mozo de oficio con moño y bandeja de plata.
Su ubicación no era casualidad. Emplazada frente a la Plaza 20 de febrero y a metros de la Estación, La Terraza funcionaba como una "torre de control" de la vida social.
Su dueño era Armando Gaspar y su arquitectura, con amplios ventanales en planta baja y primer piso, (y en sus inicios, mesas en la vereda o sector semi-abierto que le daban nombre), permitía practicar el deporte favorito de la época: el "chusmerío" elegante. Desde sus mesas se veía quién bajaba del tren, quién estrenaba coche y qué parejas paseaban de la mano por la plaza después de misa.
El ritual del "Té Completo" y el Vermú
En La Terraza no se comía "al paso". Se iba a cumplir con un rito.
- A la tarde: Era el reino de las señoras y las familias. Se pedía el famoso "Submarino" (esa barra de chocolate Águila que se derretía en la leche hirviendo) o el té con masas finas. Los sándwiches de miga de La Terraza tenían fama de ser los mejores del Oeste, cortados con una precisión quirúrgica y siempre húmedos.
- Al anochecer: Cambiaba el público. Llegaban los señores a tomar el "Copetín" antes de volver a casa. Un Cinzano, un Gancia o un whisky importado, acompañados por esa trilogía sagrada de ingredientes (aceitunas, papas fritas de copetín y palitos salados) que venían en platitos de acero inoxidable.
El Tango: de la Terraza al monumento en la esquina de la Plaza
“La Terraza” fue un lugar emblemático del tango, no solo en Ituzaingó, sino en toda la zona oeste, siendo también frecuentado por público porteño. Allí se presentaron los más grandes exponentes del tango -Alberto Castillo, Hugo del Carril, Roberto Goyeneche y Nelly Omar, entre otros- y del folclore, como Los Fronterizos, a los que se sumaban músicos locales como Alberto Marino y la cantante Graciela Osset.

Durante las décadas del 60, 70 y 80, el primer piso de La Terraza era un lugar tanguero por excelencia. Su mítico presentador, Juan Carlos Tomassone, luego de que se cerrara la confitería, sugirió que se erigiera el conocido “Monumento al Tango” en la esquina de la plaza 20 de febrero (Soler y Zufriategui), a pasos de La Terraza.

El "Tinder" de nuestros abuelos
Quizás lo más importante de La Terraza no era su menú, sino su función demográfica: fue el gran casamentero de Ituzaingó. En una época sin redes sociales ni aplicaciones de citas, el cortejo sucedía ahí. El muchacho invitaba a la chica al cine (El Gran Ituzaingó) y la salida obligada era, después, un café o un helado en La Terraza.
Si una pareja se sentaba en una mesa cerca de la ventana, era oficial. La Terraza legitimaba el noviazgo ante la mirada del pueblo.
El fin de una era
Como tantos íconos (el Cine Petit Palace), La Terraza no pudo sobrevivir a los cambios de consumo de los años 90 y 2000. El ritmo de vida se aceleró; la gente dejó de tener tiempo para sentarse dos horas a tomar un café y ver pasar el tren. Las franquicias de comida rápida y los kioscos modernos reemplazaron al mozo de chaqueta blanca que sabía tu nombre y tu pedido de memoria.
Hoy, esa esquina sigue siendo transitada por miles de personas cada día. Pero los memoriosos saben que, si prestan atención, entre el ruido de los colectivos todavía se escucha el tintineo de una cucharita contra el plato de un pocillo de café, recordando los tiempos en que Ituzaingó se tomaba la vida con otra elegancia.

Fotos: gentileza de Graciela Saenz