¿Progreso o identidad en riesgo? El dilema del estacionamiento subterráneo en el corazón de la "nueva" Ituzaingó

Ituzaingó se debate entre dos almas. Por un lado, la nostalgia de las calles arboladas y la plaza como punto de encuentro barrial; por el otro, la aspiración de vivir en un entorno urbano moderno, seguro y dinámico.

¿Progreso o identidad en riesgo? El dilema del estacionamiento subterráneo en el corazón de la "nueva" Ituzaingó
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Ituzaingó ya no es el secreto mejor guardado del Oeste. Como venimos analizando, el centro de la ciudad atraviesa un fenómeno urbano sin precedentes: la proliferación de los nuevos desarrollos urbanos, el auge comercial y un efecto aspiracional que ha reconfigurado el tejido social y comercial. Sin embargo, este crecimiento acelerado que algunos celebran como la "Palermización" del conurbano, ha chocado de frente con su primer gran obstáculo físico y simbólico: la remodelación de la histórica Plaza 20 de Febrero y la construcción de un estacionamiento subterráneo para 400 autos.

Mientras la obra avanza, los vecinos alzan la voz. La queja no es solo por el vallado o el polvo, sino por el miedo a perder la esencia de la "Ciudad Jardín". Ante este escenario de tensión, cabe preguntarse: ¿Es esta obra un capricho de gestión o una infraestructura indispensable para sostener el boom que vive el centro de la ciudad? Y, quizás más importante, ¿ha fallado la comunicación a la hora de explicar el "para qué" de esta obra?

La obra: ¿Consecuencia lógica del "nuevo centro comercial"?

Si observamos el fenómeno descrito en La Ciudad —donde el corredor de Martín Fierro derrama su influencia y su público ABC1 hacia el centro—, la saturación vehicular era una crónica anunciada. El nuevo vecino del centro de Ituzaingó, ese que invierte en departamentos, se mueve en auto.

La ecuación es fría pero real: si queremos un centro gastronómico pujante, con vida nocturna y locales de primeras marcas, la infraestructura de hace 50 años queda obsoleta. Un estacionamiento subterráneo para 400 vehículos parece, en los papeles, la respuesta técnica a un problema de éxito: el centro explotó. Sin embargo, la lógica urbanística a menudo colisiona con la memoria emotiva. Para el urbanista, es solución de tránsito; para el vecino de toda la vida, es una cicatriz en el pulmón verde donde aprendió a andar en bicicleta.

La dicotomía: Preservar lo viejo vs. Aceptar lo nuevo

Aquí yace el nudo del conflicto. Ituzaingó se debate entre dos almas. Por un lado, la nostalgia de las calles arboladas y la plaza como punto de encuentro barrial; por el otro, la aspiración de vivir en un entorno urbano moderno, seguro y dinámico.


La resistencia a la obra no es solo "resistencia al cambio", es un mecanismo de defensa de la identidad. Cuando se toca un símbolo como la Plaza 20 de Febrero, se toca la fibra íntima de la comunidad.

"Se va nuestro Ituzaingó tal bello con esa plaza hermosa con tantos recuerdos que tenemos los vecinos que hace tantos años vivimos aquí" se lee en los grupos de WP de los vecinos del centro. "Yo que vivo en Ituzaingó desde la década del 50, iba con mi padre a la plaza a jugar". Pobre Ituzaingó".

El dilema no se resuelve eligiendo uno u otro, sino integrándolos. La modernidad (el estacionamiento) debe servir para proteger lo viejo (el espacio público, el verde), no para devorarlo. Si la obra final implica menos árboles y más gris, la batalla cultural estará perdida, aunque el tránsito fluya mejor. Si por el contrario la obra, es una solución para preservar lo viejo y asegurarse que la plaza, terminada la obra, muestre la integración entre ambas visiones, el éxito estará asegurado.

La nueva plaza ya terminada

El eslabón perdido: Las razones de la obra

Donde parece haber fallado la estrategia no es en la ingeniería, sino en la narrativa. Los vecinos ven las vallas y los pozos, pero ¿ven el beneficio futuro?

Es imperiosa una campaña de difusión empática. No se trata de mostrar renders de autos estacionados, sino de explicar cómo esta obra preserva la superficie. Una campaña efectiva debería responder:

¿Cómo mejora esto mi calidad de vida?

¿Qué gana el peatón?

¿Es esto para los vecinos o para los que vienen de afuera?


La falta de información clara genera el vacío que hoy llenan la incertidumbre, el enojo y el oportunismo político. Explicar que para que la plaza siga siendo plaza en una ciudad que crece, los autos deben "desaparecer" de la vista, es un argumento que no se ha escuchado con la fuerza necesaria.

¿Por qué esconder los autos? La lógica global detrás de la polémica local

Para entender por qué un municipio decide cavar un pozo gigante en su plaza principal, hay que levantar la vista y mirar qué está pasando con el urbanismo moderno en el mundo. La tendencia global es clara: las ciudades exitosas son las que logran sacar al auto de la postal.


No se trata de una guerra contra el conductor, sino de una batalla por el espacio público. En el caso de Ituzaingó, que busca consolidar su perfil "aspiracional" y gastronómico, la presencia masiva de vehículos en superficie se ha convertido en un tapón para su propio crecimiento.

Aquí analizamos los tres ejes de por qué el urbanismo moderno prioriza el "soterrado" de vehículos y cómo esto choca (y se conecta) con la realidad del Oeste.

1. El auto no consume, el peatón sí

La premisa económica del nuevo urbanismo es brutal: un auto estacionado no genera riqueza; una mesa en la vereda, sí.

Un centro comercial necesita "aire". Si frente a la vidriera de diseño de un local hay una pared de camionetas estacionadas, el valor de esa experiencia cae. Al llevar 400 autos bajo tierra, la superficie se libera. Esto permite ensanchar veredas, colocar más decks gastronómicos y mejorar la "caminabilidad".

Estudios urbanos demuestran que el peatón gasta hasta un 65% más en comercios locales que quien pasa en auto. Ituzaingó quiere transformar su centro en un "shopping a cielo abierto", y para eso, el auto estorba visualmente.

2. La paradoja del suburbio: "Te quiero, pero lejos"

Aquí radica la gran contradicción de Ituzaingó. A diferencia de Capital Federal, donde uno puede llegar en Subte o colectivo fácilmente, el cliente de este nuevo polo gastronómico se mueve sí o sí en auto.

El transporte público no ofrece una alternativa de calidad. Entonces, el municipio se enfrenta a un dilema: Necesita que los clientes vengan en auto (para consumir). Pero no quiere que los autos arruinen el paisaje urbano ni colapsen el tránsito buscando lugar.

La solución del estacionamiento subterráneo es el "mal menor" del urbanismo moderno en zonas de baja densidad de transporte: Esconder el vehículo para que el conductor, al subir a la superficie, se convierta mágicamente en un peatón que disfruta de la plaza y los cafés.

3. Pacificación del tránsito: El fin de la "vuelta al perro"

Uno de los mayores generadores de contaminación auditiva y ambiental en los centros urbanos no son los autos que viajan, sino los autos que buscan estacionamiento. Se estima que el 30% del tráfico en un centro comercial congestionado corresponde a conductores dando vueltas a la manzana esperando que alguien salga.

Al centralizar 400 plazas bajo la plaza, se elimina ese tráfico "parásito". El conductor va directo al subsuelo. Esto reduce el ruido, el smog y el riesgo de accidentes en las calles aledañas, devolviéndole al vecino de a pie una ciudad más silenciosa y segura.

El error de cálculo: Cemento vs. Verde

Si la teoría urbanística es tan sólida, ¿por qué los vecinos están furiosos?


Porque la modernidad a menudo olvida la escala humana. El vecino de Ituzaingó ve la obra como una invasión de cemento sobre su refugio verde. Las ciudades modernas que han tenido éxito en estas transformaciones lo han hecho bajo una promesa inquebrantable: "Sacamos autos para poner árboles, no para poner más baldosas".

Conclusión: La batalla por la narrativa

La obra del estacionamiento subterráneo es, técnicamente, necesaria para sostener el boom comercial de Ituzaingó sin que el centro colapse. Sin embargo, una ciudad moderna no es solo una ciudad eficiente; es una ciudad querida por sus habitantes.

El desafío de la gestión municipal hoy no es de ingeniería civil, es de empatía urbana. Deben demostrar que esta obra no es para esconder autos de lujo en el subsuelo, sino para devolverle la superficie a la gente. Si al final del túnel no hay más verde y más espacio público de calidad, la modernidad habrá ganado, pero Ituzaingó habrá perdido su alma.

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