“Si hubiera muchas Hebes, el mundo sería distinto”: Alejandro Kaufman habla sobre Hebe de Bonafini y el poder de hacerle frente a la derrota
Melina Alderete
“Hay pocas personas que tienen ese don de mantenerse siempre resistiendo, siempre luchando y que, para el resto, se transforman en un ejemplo”, reflexiona Alejandro Kaufman, analista político, docente, ensayista y crítico cultural acerca de la figura de la histórica Hebe de Bonafini, su lucha y el legado imborrable que dejó tras su partida el 20 de noviembre de este año.
En diálogo con Carlos Romero en Socios a la fuerza, el programa que se emite todos los lunes de 19 a 21 por Radio Kamikaze, Kaufman conversó sobre las maneras de sobreponerse a las derrotas cotidianas, la necesidad de seguir inspirándose en las grandes figuras del pueblo y de no ceder nunca ante la impotencia.
En el escenario sociopolítico actual, ¿creés que estamos dando por sentado que hemos sido derrotados por ciertas situaciones que nos condicionan?
Yo creo que la derrota pasa por haber retrocedido de algunos logros que fueron muy importantes para el campo popular. Logros que, o no se los ha conseguido del todo, o que fueron perdidos una vez conseguidos. Eso es un hecho. Y pienso que es más problemático cuando no se lo reconoce, no se lo admite o incluso se lo olvida.
Porque para mantener una lucha hay que admitir a dónde uno está parado. Y es algo difícil, porque el desafío está en admitir eso sin desmoralizarse. Siempre hay que buscar un equilibrio entre asumir la realidad y no perder el deseo.
Por otra parte, la cuestión consiste en reconocer que los poderes contra los que luchamos, nos necesitan. O sea, nos dicen que somos prescindibles, pero la realidad es que, sin nosotros, no existirían. El poder es poder porque oprime a los que tiene por debajo y su fuerza se alimenta del pueblo. Por eso las derrotas siempre son transitorias. Eso de que “los pueblos siempre vuelven” es cierto, y siempre vuelven porque siempre “están ahí”. Y eso es lo que nos alienta.
Entonces, la derrota nunca es la que el poder querría que sea, porque nunca es definitiva y para siempre.
Es interesante lo que planteas, porque uno de los relatos que suele extenderse es este de que el sistema ya puede prescindir de nosotros, que ya no nos necesitan…
Y ahí se evidencia parte de la derrota: El hecho de que nos hayan convencido de eso. Es algo que forma parte de los logros de ellos, que nos hayan convencido de lo que necesitaban convencernos. Pero, la realidad, es que así no funciona. Sin gente que consuma, que desee cosas, que trabaje, que exista, no habría nada.
La realidad también es que el sistema nos necesita humillados y convencidos de que “tenemos que estar abajo”. Y para ellos, la razón por la que tendríamos que estar ahí es porque, directamente, no deberíamos existir, porque somos inferiores. Esa idea de que ellos “son la raza superior” y todas esas barbaridades.
Entonces, me parece que la lucha pasa por reconstruir la autoestima y siempre someter a crítica lo que dicen. Por eso son tan valoradas las figuras del campo popular que nunca se resignan, que no se dejan vencer. No creo que todo el mundo pueda hacer eso. Hay pocas personas que tienen ese don de mantenerse siempre resistiendo, siempre luchando y que, para el resto, se transforman en un ejemplo.
Una de esas personas fue (y es) Hebe, ¿no? Ella tenía ese “no rotundo” a aceptar la derrota. Es algo que a veces me costaba entender, de dónde sacaba ella y el resto de las madres, esa capacidad para sobreponerse e ir para adelante…
Acá entra en juego el hecho de que, a través de la derrota, nunca pueden apropiarse de la victoria sobre el campo popular, porque necesitan nuestra propia existencia. Por supuesto que pueden derrotarnos de una manera monstruosa y atroz, como lo han hecho los genocidas. Pero, en última instancia, la derrota es, en sí, imposible. Porque no hay posibilidad de limitar a quién hay que exterminar. Es un tipo de proyecto siniestro que se cierra sobre sí mismo con un costo tremendo. Y que después sigue vigente porque insisten en volver con lo mismo. Y no pueden.
Tampoco puede suceder un poder eterno, que logre instalarse para siempre. Porque somos mortales, tenemos limitaciones, somos frágiles, y eso implica un costo enorme. Por eso es tan excepcional que haya personas como Hebe. A veces, uno dice “si hubiera muchas Hebes, el mundo sería distinto” y eso es algo que ya nos alienta. Es decir, el solo hecho de que una Hebe sea posible, que haya existido y haya estado más de cuarenta años haciendo lo mismo, es algo que inspira.
También pensaba que, una de las derrotas a las que Hebe le dijo “no” fue a la del bronce: Eso de quedar encapsulada en algo, que sea la foto en blanco y negro que se resistió a la dictadura y ya está. Y ella no, insistía en estar constantemente en la coyuntura de lo político, embarrarse. Ella siempre se expuso hasta el último de sus días, al riesgo de tomar partido y de asumir posiciones…
Ese fue uno de sus rasgos más intensos y provocativos. Hay muchas personas que distinguen y dicen que, lo que hizo en la dictadura, estaba bien, pero que lo demás ya era excesivo. Creen que había cosas que no tenía que hacer, o decía cosas que no tenía que decir. Pero creo que eso es, precisamente, lo que la singularizó y le dio esa potencia que hace que mucha gente, esté de acuerdo o no, la tenga que respetar.
Eso es algo que se vio incluso en el día de su fallecimiento. ¿Cuánta gente que no está de acuerdo con ella, igual la tuvo que reconocer? Hay algo en ella, que es una verdad, y eso es lo que se impone. Es un valor que nos da muchísima fuerza, no solo por lo que hacía o decía, sino por el efecto que producía, que aún produce. Y eso es algo digno de respetar. Los que no lo hacen, son los que están del otro lado, ¿no?
Además, ella no quería que su muerte se viva como un momento de “duelo bajón”, un ambiente triste, ¿no? Ella decía que “celebremos su vida”. Y creo que eso también forma parte de tomar al duelo como un proceso activo, algo a lo que le pones el cuerpo y es un trampolín, si se quiere, para seguir adelante…
Totalmente, porque el duelo es como la derrota, en el sentido en que ese lado frágil y de la caducidad, del fin, forma parte de la vida. Y eso lo sabemos porque lo ejercemos todos los días cuando nos vamos a dormir y nos levantamos al día siguiente. Claro, hubo horas en las que no estuvimos en este mundo. Y, si bien la muerte es algo más que eso, convivimos con esa experiencia.
Lo importante es saber distinguir la diferencia entre tristeza e impotencia: Una cosa es tener tristeza porque ya no se la puede ver más a Hebe y amerita sentir eso, y otra cosa es la impotencia que te lleva a la inmovilidad, al desinterés. Y creo que el eje está en no perder la responsabilidad y continuar en movimiento.